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nial. Perfección en todos los sentidos: en el sentido de amarse cada día más, ir .creciendo en el amor, envejeciendo en e1 amor, que como los vinos, a medida que pasan los años, son mejores; y en el sentido de alcanzar amándose, soportándose, ayudándose, alegrándose, su– friendo juntos, la perfección cristiana. Que toda la perfecición es– tá ahí. Es interesante aquel diálogo con San Francisco de Sales, a quien preguntaron qué se debía hacer para lograr la perfección. -Debes amar a Dios con todo tu corazón, contestó, y al prójimo como a ti mismo. -No pregunté ert qué estaba la perfección, insistió el interlocu– tor, sino cómo alcanzarla. -La caridad, dijo él, he aquí a un tiempo el medio y el fin el único camino por el cual podemos alcanzar la perfección, que no' es, después de todo, sino la caridad misma. Como el alma e::i la vida 'del cuerpo, así la caridad es la vida clel alma. --Sé todo eso. Pe:ro yo quiero saber cómo hay que hacer para amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo. -Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros .mismos. El diálogo sigue, girando siempre, sobre el doble mandamiento de un único amor. Pero al fin dijo el obispo de Ginebra: ·--Ifay muchos que quieren que les exponga métodos, sistemas y modos secretos para llegar a ser perfectos, y sólo puedo decir que el único secreto es un cordial amor de Dios, y el único modo de lo– grar ese amor es amando. Se· aprende a habhr hablando, a estudiar estudiando, a correr corriendo, a trabajar trabajando; y del mismo modo se aprende• a amar a Dios y al hombre amando. Todos los que piensan en aprender de otro modo, se engañan. Si deseas amar la Dios, ámalo cada vez más. Empieza como un mero aprendiz, y el po– der mismo del amor te conducirá a ser maestro en el arte. Los que hayan ido más adelante estarán continuamente apresurados y nun– ca creerán que han llegado al final, pues la carid;:i,d debe ir aumen– tando hasta que exhalemos el último suspiro. 203