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La cruz del amor Cierto que el amor también tiene su cruz. Ko todo pueden ser rosas. Las rosas también tienen espinas. El amor también tiene sus sombras. No todo va a ser llama. Mas no nos referimos a eso. Queremos referirnos a ese amor úni– co, que se ha querido dividir en dos. Tendencia muy humana que no 'puede abarcar de un golpe de vista toda la inmensidad del amor. Y así se habla de amor horizontal y amor vertical Como los palos de una cruz. Pero Cristo, que estuvo en la cruz, nos quiso haber comprender que había que unir los dos amores, porque el motivo de amar siempre será Dios: "Lo que habéis hecho a uno de esos mis pequeñitos a mí mismo lo habéis hecho". ¡ Amar a Dios! ¿ Cuál es la medida del amor de Dios? Es el amar– le sin medida, responderán los místicos. Y pienso gue dada nuestra condic,ión limitada la mejor medida de nuestro amor a Dios, es el arn.or al prójimo. Aunque no sea más que poniéndonos nosotros mis– mos como medida de ese amor. Ese es el nrimer escalón. Lo otro \·endrá después.. Hay que pensar que Cristo proclamó este mandamiento, con toda mala intención. Valga la frase. Quiero decir o_ue Cristo mandó amar al prójimo, que es el próximo, porque comprendía que las dificulta– des en el amor entre los hombres comienzan por aquellos que están má:: cerca. Por aquellos que se rozan. Porque no hay alianza más quebradiza y tornadiza que la del corazón. Es fácil amar a los hombres, a la humani.dad. Es un amor lírico que ha inspirado a miles de poetas y de filósofos. Pero amar luego, a los que están cerca de él. A los que molestan cada noche y cada día, esa es la dificultad. Decía Montesquieu: "Amo a la Humanidad en general; pero cuan– to 1nis la a1no menos muo al hombre en particular, a cada uno consi– derado en sí mismo. En mi fantasía llego a hacer proyectos apasio– nados para servir a la humanidad, y a pensar dejarme crucificar ver– daderamente pm.- los hombres, si fuese necesario. Pero al mismo tiempo no soy capaz de vivir con ninguna persona dos días seguidos en la misma habitación. Me convierto en enemigo del hombre, ape– nas me pongo en contacto con él". He ahí la fuerza divina del precepto de Cristo. "Amar al prójimo como a sí mismo". Esa puede ser la clave de la pPrfección matrimo- 202
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