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ayudar. Que tienen el mismo destino sobrenatural, y el mismo prin– cipio. Que llevan dentro la semilla de Dios. Y el poder de Dios de "crecer, multiplicarse y dominar la tierra". Lo que sucede es que el hombre "sexo fuerte" se propuso avasa– llar, subyugar a la mujer. Y más fuerte físicament<=? lo logró. Llegó a vencerla, en esa guerra brutal. Porque en h guerra de astucia, de sutileza, siempre ve'.1ce la mujer. Lo gracioso del caso es que la ciencia moderna viene a demostrar que propiamente el "sexo fuerte" es el femenino. Sus cromosomas diferenciales son más perfectos. El específico del hombre es un mi– nicromosom,.1, un "subproducto", como decía irónicamente una bió– loga. Ironía aparte lo cierto es que ante la vida parecen las mujeres más fuertes: a las enfermedades, a los contratiempos, a la misma vi- da, pues mueren más tarde. · No obstante el hombre sigue sie 1do el s,exo privilegiado. En el reparto de la vida él se ha quedado con la parte del león. Por eso no extraña el poema ele aquella mujer, Alfonsina Storni: Con la cabeza negra caída hacia adelante está la mujer bella, la_ de mediana edad, postrada de rodillas y un Cristo agonizante desde su duro leño la mira con piedad. En los ojos la carga de una enorme tristeza. En el seno la carga del hijo por nacer. Al pie del blanco Cristo, que está sangrando, reza: -¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer! 17

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