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Dios y a los hombres, y de la adoración de Dios en "espíritu y verdad". Todavía no concebimos una religión que no tenga como centro de rotación un templo,. Todavía no concebimos nuestra propia alma -y las almas de los demás- corno templos donde voluntariamente mo– ra el Dios del cielo, con toda su gloria y con todo su amor. Cuando se c1fo'.:';'.l la religión, por ahí no faltan cristfanos aue piensan o se atreven a contestar que no se metan dor.de no les llaman y que pre– diquen el Evangelio, cuando justamente eso es el Evangelio. Lo otro es el Antiguo Testamento y no bien interpretado. Sin duda, después de leer mucho esta doctrina -en el Evange– lio y en las cartas de San Juan- el gran poeta Luis Felipe se atrevió a escribir, en intución acertada, esta parábola: "Había un hombre que tenía una dloctrina. Una gran doctrina que Jlevaba en el pecho; una doctrina escrita que guardaba en el bol– sino inforno del chaleco. La doctrina creció. Y tuvo que llevarla !a, una casa muy grande. Entonces nació el templo. Y el .templo creció. Y se comió el arca de cedro, al hombre y a la doctrina escrita quei guardaba en el bolsillo interno del chaleco". Luego vino otro hombre que dijo: "El que tenga una doctrina, que se la coma antes de que se la com8. el templo; que la vierta,, que la disuelva en su sangre, que la haga carne de su cuerpo.... y que su cuerpo sea bosillo, arca y templo'', Poética parábola que puede tener muchas aplicaciones. Pero nos– otros estamos con las palabras de San Juan. Son palabras de amor. Amor a Dios y amor a los hombres. En definitiva, toda la d:octrinJa de Cristo. Esa doctrina que nos dice que quien ama a Dios le lleva en lo más hondo del corazón. 167
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