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Otra vez el amor " ... Y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos perma– nece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dió" (I Jo. 3, 23b-24). Estas palabras de la carta de ,San Juan nos recuerdan las que escribió el mismo San Juan en el capítulo 14 de su Evangelio, en la hora de la despedida de Cristo. Sólo que ahí, más expresamente nos dice: "Si alguno me ama -es Cristo g_uien habla-, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos nues– tra morada dentro de él". La cosa es clara, aquí y en el :Evangelio. Dios nuestro Padre, ha querido vivir, de manera amorosa v espe– cial, en nuestra alma. El amor ha hecho ese prodigio. Porque en estas frases de San Juan está encerrada la más gran– de de las revoluciones religiosas que, a lo mejo::.", nos conviene me– ditar a nosotros, hombres inmersos en un ambiente de crisis y de renovación religiosa El hombre siempre concibió a Dios como a un extraño. Un ser que estaba fuera y distante. Un ser -2. pesar de las revelaciones en contra- que cuando se aparecía, eT'.l. para dictaminar órdenes, para fustigar pecados, o para enviar la muerte. Porque en Israel -que poseía, al fin y al cabo, la más auténtica de las religiones– corría la voz de que quien viese el rostro de Yavé moriría sin reme– dio. Por eso Isaías 1 el más grande de los profetas y de mentalidad más cercana a la nuestra -no en vano se le llama el evangelista del Antiguo Testamento- cuando tuvo la visión de los serafines llevan– do el carro de Dios, lo primero que hizo fue tir;:,rse al suelo, ce– rrar los ojos y gritar: "¡Ay de mí, perdido soy!" Dios mismo tuvo que hacerse hombre, mezclarse entre hombres, perdonar y amar a los hombres, enseñarnos a llamarle Padre, para que se nos fuese quitando ese terror. Pues Dios, ante todo y sobre todo, quiere nuestro amor. Esa es la gran revelación del Espíritu. Su ley se reduce a un solo mandamiento, el mandamiento del amor. Y, sin embargo, qué lejos estamos nosotros del verdadero amor !a. 166