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las leyes y tiene en cuenta el capricho, entonc,es no vale para nada, sino para corromper más al individuo. Y una cosa es cierta: Desde que Pío XII dijo "que el mundo moderno hahía perdido la concien– cia del pecado", se ha andado mucho hacia abajo en esa pérdida de concie"Ctcia de peqado y todo lo que se le pare?:ca. Incluso se ha que– rido fundar una moral sin pecado. Dejemos la moral teórica pa:ra los moralistas, pero la palabra de Dios está bien clara en la carta de San Juan. Respecto al problema que preocupa a tantos matrimonios y que es muy serio la constitución conciliar ''La Iglesia en el mundo de hoy", di.ce textualmente: · "En el deber de transmitir la vida humana y de educarla, lo cual hay que considerar como su propia misión, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana cumplirán su mi– sión y con dócil reverencia hacia Dios se esforzarán ambos, de ,to– mún acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto, aten– diento tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y del estado de vida tanto materiales como espirituales, y, finalme,üe, teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la prouia :D:glesia. Este juicio, en último término, i!~ben hrmarh a: 'l.te Dbs los esposos personalmente. En su moio de obra1·, los esposos cristianos sean conscientes d.e que no puede O p.rronetleir a su antojo, sino que siempre deben regirse por la conciencia, la cual ha de ajustarse a 1a ley divina misma, dóciles al M; ;ngfa.te :do de la l!?:lesia, que interpreta auténticamente esa ley a la luz del Evangelio"., (GS. núm. 50). Para orientar esa recta conciencia cristiana y matrimonial Pa– blo VI escribió la c,élebre encíclica "Humanae vitae", que por tantos avatares de opiniones ha pasado. Pero si queremos sentir con 1a Iglesia, no podemos prescindir de ella para orientar a quienes piden nuestra opinión y los esposos para formarse una rec~a concienrcia según Dios y su Iglesia. Allí <lice Pablo VI: "La Iglesia es coherente consigo misma cuanto juzga lícito el f"l"curso a los períodos infecun– dos mientras condena siempre como ilícito el rt".;t> de medios directa– mente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones apa– rentemente honestas y serias". (HV. núm. 16). 163
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