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de: "Nacemos con el cuerpo joven y vamos envejeciendo, pero na– cemos con el alma vieja y caminamos hacia la juventud". La desgra– cia de muchos hogares comienz:;t cuando uno de los dos se persuade de que no necesita agradar. Suele ser la mujer por eso de "ya pescó" y que le tiene seguro. Pues no. Que busque agradarle física y psí– quicamente. Que procure ser bella en e] cuerpo y en el alma. Y cuanto más años avanzan, más necesitará arreglar su cuerpo. Y cuando es casada más obligación tendrá de arreglarse para su marido. Estamos, no obstante, de acuerdo con San Pedro -y que él nos perdone por los párrafos anteriores- de que el exceso de adornos perjudica a la mujer y al bolsillo del marido. La mujer no puede ser un museo de objetos preciosos, de trajes de modas o de pinturas ra– ras. Ser muñeca es no ser mujer, todo tiene su medida. Y cuando se va la mano, lo que se piensa una ventaja es una desventaja. La virtud siempre está en el medio. Sobre todo la virtud. Esa virtud de la serenidad y de la dulzura. Porque a los hombres es lo que más les falta. Por educación e:s más brúsco. Se le acostumbró a los juegos violentos desde chiquillo y, claro, eso deja su impronta. Se le dijo que no se dejase pisar nunca, que su honor ante todo, y se pelea con cualquiera. La mujer ha de poner ese toque de dulzura y de serepidad en la vida del hogar. Incluso en la educación de los hijos. El padre, cuando los hijos se rebelan, piensan que todo se soluciona con gritos y castigos. A lo mejor con irse a laS' manos. Y eso no. Loé muelles cuando se les opri– me se encogen, pero luego saltan más. alto. La madre tiene que in– tervenir para amortiguar los golpes, para poner corazón, dulzura y serenidad. Tiene que hacer gran acopio de estas virtudes a lo largo de la vida, para darlas generosamente en su momento oportuno. Y así se forma el hogar, el dulce hogar... Poéticamente escribió Saint Exupery en su "Tien-a de hombres": "!Ah!, fo maravilloso de una casa no es que ella nos abrigue, que nos caliente, ni que uno sea duefio de sus muros. Sino más bien que haya depositado lentamente en nosotros estas provisiones de dulzura. Que ella forme, en el fon– do del corazón, ese macizo oscuro del cual nacen los sueño,;; como aguas de manantial". lfi7

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