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Adornos femeninos "Que vuestro adorno no esté en el exterior: €;n peinados, joyas y modas, sino en lo oculto de vuestro corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios. Así se adornaban en Dios, siendo sumisas a sus maridos; así obedeció Sara a Abraham, llamándole señor. De ella os hacéi.~ hijas cuando obráis bien, sin tener ningún temor". U. Pet. 3, 3-6). Las palabras de San Pedro hay que tomarlas "cmn mica salis". Cierto que la mujer no puede poner toélas sus cualidades en la be– lleza exterior, en esos adornos y en esas vanidades. La mujer que no tenga nada más que eso, no tiene nada. Pues eso lo llevará el vien– to de los malos días. Pero arrancar a la mujer todos esos adornos que para ellas son tan importantes, es quitar una de las principales cualidades femeninas. Además al hombre le gusta que la mujer sea bella. No lo es todo para él. Pero es algo importante. En su famosa novela -y más que novela- "¿Por qué te ..... suua tu marido?". Fern.ández Flórez pone, como muy importante causa, la del abandono femenino después de cssarse. Se descuida en el arreglo, en el tipo, en tantas cosas que a los hombres gustan. Y los hombres van buscando a otras. En uno de los capítulos la mujer le pregunta al marido p0r que viene tan tarde a casa, y él le dice sinceramente: "Ando buscando una rubia platino". Porque ella, de soltera, era rubia platino, quizá eso fuf> lo primero que le llamó la atención, luego de casados descuidó sus peinados. Ya dice el refrán "la compuesta saca al hombre de otra pue1•ta". Quizá en los tiempos de San Pedro no tenía la cosa tanta impor– tancia, pues las mujeres iban siempre cubiertas. Pero ahora, aho– ra... Nos invoca el ejemplo de Sara, sabemos, por la Biblia que Sara, a pesar de su larga edad, conservaba su herrnosura. ¿Privilegio de Dios? ¿Privilegio de la naturaleza? Sin duda. Pero ella también ayudaría. Insistimos que eso no es todo. Ni siquiera lo miis importante. La mujer debe hacer hincapié en la virtud, que no sólo va a menos sino que puede ir J. más al correr de los años. Aquello de Osear Wil- 156

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