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San Pedro dice "sean ganados no por palabras, sino por la con– ducta de sus mujeres". De palabras estaban cansados entonces. En aquel mundo greco-romano se discutía todo y se hablaba sobre todo. Los sofistas eran capaces de demostrarte primero una cosa y luego su contraria. Si entonces les cansaban las palabras, qué será ahora, cuando hay palabras flotando por todas partes. Nos bastaría encen– der diversos transistores en diversas ondas o emisoras y nos daría– mos cuenta de cómo e 1 l éter está lleno de voces distintas. Hoy ~e han defendido o se defienden todas las doctrinas. Pero por eso mis– mo las gentes ya no hacen caso de las palabras, sino de las conduc– tas. El refrá:1 también ha dicho: "El ruido de ºtu vi.da no me deja oír tus palabras". Las mujeres tienen, a veces, la tendenc:ia a hablar mucho. Res– pe¡::to a sus maridos -pues la lección de San Pedro es ac.tual- los atosigan con mil menudencias. Respecto a la religión:, si tienen un esposo poco practicante· le quieren hacer prac,ticar a la fuerza. Y eso no da resultado. El gran arma femenina es la dulzura, la labor ca– llada en el hogar. El marido, puede que no la alabe. Pero observa. Se da cuenta de todo lo que hace su mujer. Y llega un momento que cae como un fruto maduro. De esto hay grandes ejemplos. Pue– de ser al final de la vida, pero si e•l último paso <:e da bien, se ha entrado con el pie derecho en la eternidad. Aunque con las debd.as difereJ.cias, porque hoy la liberación y la igualdad de la mujer se impone, habría que darles el mismo con– sejo. No alborotar. No avasallar. Que a brutos no ganaréis a los hom– bres. Sed más bien sumisas y respetuosas. Saber entrar con esa di– plomacia femenina que consigue milagros. Si lográis la conversión del marido, estupendo. Si no podéis verlo, es.tad seguras que vues– tra labor no ha sido inútil. ¡Cuántas veces a hombres viudos se les ha oído decir: era una santa! A lo mejor decía todo lo contrario ,en vida, pero _era como un chiste. Ahora, ante la desnuda realidad, tie– ne que reconocer que su mujer era única, y la sombra de la mujer siguen influyendo bienheahoramente sobre sus almas. Por ello, sem– brad la semilla de una vida ejemplar, que a su sornbra florecerá. 155

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