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Testimonio "Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos para que, si incluso algunos no creen en la Palabra, sean ganados no por palabras, sino por la conducta de sus mujeres, al considerar vuestra conducta casta y res– petuosa". (I Pedro 3, 1-2). Aquí podrían decir las mujeres lo gue alguna vez dicen a los sacerdotes: "Ustedes mucho contra las mujeres. Que si las mujeres esto o lo otro. Que hagamos o dejemos de hacer. :.Y los hombreS'? ¡_Qué me dice de los hombres?" No les falta razón. Pues las obligaciones, como los derechos, son mutuos. Pero es que San Pedro era hombre de su época. Pensaba como entonces se pensaba. Y él, un hombre casado, se destapó cuan– do la cuestión del divorcio, diciendo a Cristo, junto con los demas discípulos: "Si tal es la condición del hombre con la mujer, no con– viene casarse" (Mat. 19, 10). Además, es muy probable, que enton– ces, como ahora, las mujeres fuesen más sensibles al mensaje del Evangelio. Hubiese más cristianas. Hubiese cri3üanas casadas con paganos y por eso les encomienda una gran misión: convertir a sus maridos. Eso sólo se puede conseguir con el ejemplo. Entonces más que ahora. ¿No es de entonces la famosa frasé "mirad cómo se aman los ci·ilstianos"? La mujer siempre ha sido un espejo donde se mira el n1arido. Cuando es joven se contempla en su belleza. Cuando la be– lleza se marchita, contempla sus virtudes. Esa virtud de c,astidad, respeto y sumisión tendrían que agradar enormemente a los hom– bres entonces. Se #darían cuenta qué distintas eran a las mujeres paganas. Tendrían que convertirse a la fe a través del testimonio que tenían en su propia casa. El testimonio siempre ha sido la gran palanca para mover a los hombres. El refrán dice que: "las palabras convencen, pero solo los ejemplos arrastran". Y ha acertado. Ahora hemos inventado la pala– bra testimonio. Pero es lo mismo. No podemos ser flechas de carrete– ra que señalan las direcciones y ellas no se mueven un palmo. O campanas que tocan a la procesión y ellas continúan tan anchas en la torre. 154