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cuerpo, a u.na maravillosa sintonía de almas, que es más difícil. "El amor conyugal es siempre diálogo espiritual y carnal. Lejos de per– manecer platónico y racional, el diálogo amoroso conduce a los es- 11osos a un& aproximación total, a una unión misteriosa de las al. mas y de los cuerpos sentida como unión, como intersubjetividad6'. "En fin, el amor conyugal es cuerpo y alma; no puede perder ni dei su alma ni de su cuerpo". (Mons. Víctor Heylen, en "Estudios y co– mentarios a la coastitución conciliar: "La Iglesia en el mundo de hoy"). Quien más habló de esto fue sin duda Píó XII en sus célebres charlas a los recién aasados que en su luna de miel pasaban por Roma y a quienes el Papa recibía en audiencia y les hablaba: "La base necesaria de la familia es la unión íntima no sólo de los cuerpos, sino principalmente de las almas. La primera condición de armonía enfre esposos y, consiguientemente, de la paz doméstica es la constante buena voluntad de ambas partes". (22-XI-39). "Renombrados escl'itores han representado en sus narraciones el estado moral, a vec,es hasta trágico, de dos excelentes esposos, na– cidos para entenderse perfectamente, pero que, por no saber abrirse el uno al otro, viven en común COMO EXTRAÑOS entre ,sí, deja.u nacer y crecer en 'sí mismos incomprensiones y falsas interpretado.. nes, que poco a poco turban y merman su unión y no rara vez la en– caminan por una vía de tristes catástrofes". (Pío XII, 12-XI-41). Es evidente que se hace necesario el diálogo para compenetrarse. Si a veces se interfiere la muralla de una fría indiferencia, quizá un golpe de dolor, una discusión violenta, sea el mazazo que rompa esa mural.la y entre sus ruinas pueda surgir de nuevo la perfecta armonía. Lo que es cierto es que eso no se puede conseguir '.sin buena vo.luntad por ambas partes, sin esfuerzo y sin o:r-ación. Con Dios hay que contar siempre. El mismo Pío XII lanza como un programa en sus palabras· "Ha– <t:.)rll ce vuestras familias verdaderos centros de santidad, donde el Señor esté siempre presente con su gracia; donde se ore en común, para asistir luego también en común al culto divino y a la recep– ción de los sacramentos; donde la ley de Dios sea observada exacta– mente". (10-VIII-58). En fin, amarse como Cristo y la Iglesia se aman. 143

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