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gada.s las luces de la alcoba, mientras el sueño llega, dialogan -cos;:,. que quizá todos hemos oído a nuestros padres- están ejerciendo una forma de gobierno que ya quisieran para sí los más grandes gober•– nantes del mundo. Es entonces cuando la esposa suele pedirle a él que intervenga res}_)ecto a loo 0hícos. Porque ella, aunque conviva más con ellos, no basta. Se necesita una mano más dura y una mente más fría. A la mujer le suele vencer el corazón. El marido, además de ser "cabeza de la mujer", es el cierebro pensante en eso y en otras muchas cosas. Tratar de oprimir a la mujer por eso de que se es más fuerte, nor eso de que s2 tiene la autoridad en casa, es monstr1,1.oso. Los resulta•– dos son el divorcio espiritual y cordial. La división en la familia. Y cua~1do esa división se da, el que pierde es siempre el marido. Pues la rnujer se sabe ganar a los hijos que se inclinan, indudablemente más por ella Cosa que es muy reprobable pero muy comprensible. ¿Pegar? Ni con una flor, como dice el proverbio. El misterio de Cristo y la Iglesia, desposados sobrenaturalmente, se ha de realizar -cual en Iglesia doméstica- en .cada familia. Y ese misterio exige, que la autoridad, insistimos, se ejerza con amo,; pero también que la esposa se someta con fe. La voluntad de Dios se manifiesta a los hombres de diversas ma– neras. La Provideneia tiene dos caminos que no son los nuestrm,. La mujer cristiana que vive de su fe, sabe que la autoridad de su esposo le viene de Dios. Tiene que someterse con fe. Sabiéndo qué, mientras no mande algo que claramente va contra la ley de Dios, el Señor le está manifestando su querer a través del amor del marido. Hoy hay crisis de autoridad. ¿Será quizá porque hemos c.onfun.. dido autoridad con autoritarismo? Y las mujeres y los hijos se han rebelado. Volvamos al amor, al diálogo, al respeto mutuo. En las ciudades modernas los bloques de vivienda son como gigantescas col– men.as , y "nu.Dca se ha catado la miel golpeando la cohna:,ia". ' 139