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A imagen y semeJanza "Hermanos: Vivid en el amor, igual que C•·isto nos ha amado y se ha entregado por nosotros. Sed s-:t– misos unos a otros con respeto cristiano. Las muje– res, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de lci Iglesia; él que es Salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, asi también las mujeres a sus maridos en todo". (Ef. ::i, 2c. 21-24). En toda sociedad tiene que haber una autoridad. En la célula fa.– miliar tiene que haber una autoridad. De lo contrario sería una célula anárquica. La autoridad desde el principio, le fue dada al hombre: "Y te someterás a tu marido que te dominará". Quizá si 220 hubiera habido pecado no hubiera habido necesidad de domi.– nio y sometimiento. En el fondo, chistes aparte, a la mujer le ;-usta que la domi– ri::m, pue3 le gusta apoyarse e:1 su marido. Admira y aprecia al hombre que tiene autoridad. Pero una autoridad ungida de cariño. E.~te es el quid del éxito. Que a lo largo de la historia los hombres han sometido brutal– mente a las mujeres no hace falta dem0strarlo, las páginas de la his– toria lo cantan. Que en el fondo de muchos españoles yace un moro. 12. experienei2. de cada día nos lo dice Pue:; bien, el marido cristiano tiene que ejercer su dominio con la mujer a imagen de Cristo con la Iglesia. Con un sumo amor. La familia no puede ser una cárcel, donde la mujer no tenga ni voz ni voto. Donde ella no pueda decidir en mil cosas. Porque hay cuestio– nes en las que la mujer sabe mucho más que el marido. Por ello el marido que al final del mes o de la semana entrega el sobre a su es– posa para que ella lo administre, está practicando esa autoridad dia– logada que es el principio de una sana autoridad y concordia fa– miliar. El diálogo es hoy la clave de todos los acuerdos a escala mundial. o familiar. Si no la hecatombe o la guerra. Cuando dos esposos se sientan al borde de la cama, como alrededor de la mesa, o ya apa- 138