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decía San Pablo que aunque tuviese todo lo otro, si no tenía amor, nada tenía. Pues lo otro es perecedero, sólo el amor es eterno. ¿ Y nos podremos amar los unos a los otros en el cielo? Quien puede dudar eso. Amar a Dios y amar al prójimo, esa es la clave del amor ¿ Y los esposos entre sí? Pues sí. Porque nadie más pró– ximo en la tierra y en el cielo que los esposos E.1 que Cristo ha– yo. dicho que no habrá mujeres ni maridos en el cielo, que serán como ángeles, es una gran verdad. Pues entonces, como la muerte habrá sido deste:rrada de aquel reino de amor, no se necesita la re– producción de la especie. Pero eso no quiere decir que no se co– nozcan, que no se amen, que no se tenga un afecto especial. Se– ría tanto como decir que José no conocería a María, o María a su hijo Jesús. Esos amores nuestros, que ahora tanto nos obsesio– nan en la vida, serán una nota más de la infinita melodía del amor de Dios. El precepto d:e Cristo es para siempre y ·comprende el amor de Dios y el amor del prójimo. El motivo del amor será Dios. Y la medida para amar a Dios es amarle sin medida. A él y a los . hombres.. Y ese amor será la fuente de la auténtica felicidad eterna. Entonces sí podremos explayarnos inmensamente en el amor, sin temor a que los escollos del peoado nos lo turben o manchen. Es algo que ahora sólo podemos soñar, pero será la realidad de los bienaventurados en el cielo. Para entonces, mejor que para aho– ra, valen estos versos: "Quiero en el golfo de amar anegarme cual barquina, que, apartada de la orilla, se aventura en alta mar. En el me quiero perder, que es lisonja de un, amante rendir la vida constante sacrificando su ser. Con dulce tranquilidad mi pobre barca navega con una obediencia ciega, sin temor de tempestad. Que aunque falta vela y remo, segura es la barca mía; · pues siendo Jesús mi guía, nada falta y nada temo". 135

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