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está la voz y el sello de Dios reafirmando la unión, y que "lo ,que. Dios ha unido no lo separe el hombre". Por ello, llegado el momento c¡ulminante en el rito del matrjmo– nio les dice el sacerdote a los novios: "Así, pues, ya que queréis con– traer santo matrimonio, unid vuestras manos,· y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia". Y luego dan su mutuo consentimiento. La alianza sigue. Precisamente en eso que se llaman las alianzas -los anillos- y en su bendición, se recuerdan, en síntesis, las pro– mesas del pueblo de Dios y las bendiciones y promesas de Dios a su pueblo. Dice el sacerdote: "El Señor bendiga estos anillos (ClUe vais a entregaros uno al otro en señal de amor y de fidelidad". Y se pro– meten, al ponerse los anillos, eso mismo: amor y fidelidad. Amor y fidelidad prometía el pueblo a Dios. Era como una alian– za matrimonial. Por ello las voces de los. profetas resonaban en la Tierra Santa flagelando las c:onciencias de los prevariéadores, ha– blando de adulterio y de fornicacd.ón . ¿No hemos oído eso de que "fueron a fornicar a los altos"? Muchos fieles al escuchar estas lec– turas en la liturgia pensarán en un idilio al aire libre. Los profetas se refieren a las gentes que se iban a los altos, a los montes, a adorar a falsos dioses, que tenían allí sus templos o sus imágenes. ¡Honra para los esposos! Dios es como un amoroso esposo que siempre ha cumplido sus promesas, que siempre ha sido, fiel a su palabra y que aunque el pueblo le ha ofendido, El jamás le ha per– dido su amor. Imagen perfecta para esos esposos que con la !bendi– ción y la gracia de Dios c;omienzan la gran aventura del amor, que además de placer, es deber. 99

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