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241 ta con ma:yor clarida·d, con mayor seguridad, con ::nayor prontitud. II. BUENOS Y MALOS CONSEJEROS Tanto nuestra vida privada como nuestra vida pública depende mucho de -los consejeros qu,e, no1S rod,ean. En ,el prudente régimen de los pueblos y en el gobiierno acertado de ,las colreictivtdadies ejercen pode,rosa influeneia los bu•enos ,conse– jeros. ¿ Quién es el buen consejero ?-Oier t a m e n t ,e aquel del cual dice •el Ec}esiástico: «Vive ,en amis_ tad con muchos, pero toma uno entre mil para consej,ero tuyo». Sólo un con.sejero, o sea, Cristo, d::l quiren dic 1 e Isaías: «Tendrá por nombre el A:d– mirab1e, el Con.sej 1 ero, ,el Fuerte, ,el iPadre del si– g~o venid,ern, el Prí,nrcipe de la Paz. Es el ,Angel de•l gran Consejo»; a El es ,a quien d•ebemos aten_ der con corazón puro. Ptre-e ,e11 Eclesiástico: <<Pre– ceda a todas tus obras •la palabra d·e ,}a verdad, y un cos·ejo firme a todas tus acciones» (1). La palabra de verdad para nosotros es ,la palabra de )íos, ,la doctrina evangélica, las ensre-ñanzas de a Iglesia... Además del ,consejero pri'n-cirpal, Cristo, nu·estro \11:arestro, son también nuestros consej,eros los tpósto1es, los Santos y los hombres ilustr,es por :u doctrina y por sus virtudes. !Di•ce el Ecle&iás- u.11) Of,, s. BUENAVENT., Op. cit., ¡p. 5'5131. 16
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