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198 biduría; en temer lugar, de la consideración de la severidad de la divina venganza. l.º Primeramente, digo, nac•e el temor <de Dios en nosotros de la consideración del divino poder. De donde J,eremías: <<Oh Señor, no hay nadie se– mejante a ti. Granc:Le eres tú y grande es el poder de tu nombre. ¿Quién no temerá a ti, oh rey de las naciones? Porque, tuya es la gloria: entr•e todos los sabios de las naciones y en todos los reinos no hay ninguno seme•jante a ti» ( 4). Del vivo sen– timiento del poder de Pios y de su sublime majes_ tad nace esa r•e·verencia justa, filial y verdadera d-el hombr,e. Esa persuasión de maj•estad y de grandeza, por parte de Dios, causa en nosotros la impr,esión de pequeñez. Somos como nada ante la grandeza, maj e,stad y poder de Dios. Nuestra distancia es infinita. 2. 0 En segundo lugar na,ce en nosotros e1 te– mor de Dios de la consi,dernción de la perspicacia de la sabiduría divina. Porque no hay ,cosa quB no v,ea, que no conozca, que :q.o le esté presente. Por su omnis•ciencia y omnipresencia no hay cosa, por oculta que sea, que no penetre. De todo ten– dremos que darle cuenta y nada puede escapar a su juicio. Por ,eso Jacob, en la persona del hom– bre que considera la sabiduría divina, que pone en la balanza todas -las ·cosas, dice: «Cuando pien– so en él, me siento agitado de• temor». De donde aquello del salmo: «.Aquel S,eñor que hace ,e,stre– mecer la tierra con sola su mirada» (5). (4) Ier., X, 6-7. (•5) Ps., 103,32.
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