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16 l.º El Don por excelencia.~En primer lugar el alma recibe al Huésped divino, al mismo Es– píritu Santo, Altissimi Donum Dei, que viene a colocar su dulce morada en el corazón del hom– bre justificado. Dios nos donó a su mismo Hijo, como dice San Juan: :Pe tal manera amó al mundo, que le dió a su .mismo Hijo Unigénito ( 1 bis), y por é 1 l nos en– riqueció de preciosos dones (2). Por los méritos y ruegos del Hijo también nos donó al Espíritu San– to. «Yo rogaré al Padre y os dará otro Parácli– to» (3). Y en ef.ecto, este divino Paráclito vino sobre la humanidad redimida, se dió a la Iglesia y :se ida a las almas justas. ¡ Oh si conociéramos -este 1 don de Dios que llevamos en nosotros! 2. 0 En ,el bautismo se nos infunde la gracia santificante, por la cual se borran los pecados, el hombre se hace hijo de Dios, consorte de la divina naturaleza, ,coher,edero con Cristo. Por la gracia somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, hijos de María, her-e-deros del cielo, mo– radores de la ciudad eterna, domésticos de Dios ... 3.º El Espíritu Santo nos dona, con la gracia, la fe, la ,esperanza y la caridad. Estas tres virtu– des teologales nos unen inmediata y directamen– te con Dios. 4.º A éstas se añaden las virtudes morales, que tienden a remover los obstáculos que nos impi– den la unión divina. Purifican al alma y la des- C:!J bis) Ioann., OXI, 1.1.18·. (Z) I Petr., I, 4. (3), IoaJnn., XIV, 16.
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