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Vive en un hogar con padre, madl'e, herma– nos. No es ajeno a los besos castos ni Etl albo– roto de la sang-re. Es sensible a la muerte de los seres queridos. Si es fraile ha dejado padre, madre, esposa, hermanos, familia, heredades por el nombre del Señor y del Evangelio. Pero vibra con una sensibilidad humana ante el 1•:::icuerdo, la despedida, el hogar. Al renovar diariamente la ofrenda del afecto y del corazón duele la ausencia y lloran los ojos. Todo muy humano, como ves. Sólo Dios tiene derecho a '.:a ofrenda total. Dios ha pasado por el camino. Y, de pronto, los caminos han coincidido. Dios llena todos los horizontes. Y se adentra en la vida del elegido misericordiosamente. El niño, el joven, el hombre sienten una lla– mada. Imprecisa quizá al principio. Los ojos de Dios se posan en las pupilas del hombl'e. Hay un diálogo. Una pregunta, una respuesta. Ha sido Dios, se nota enseguida. Y a Dios hay que dárselo todo. La «vocación» -variadísima en sus f:wmas emocionales- se apodera del corazón de~ sacer– dote. Cristo va a ser la única herencia. El único amor posible. Pero la sensibilidad exige eompen– saciones humanas. El sacerdote sigue s~ntiendo en sí al hombre. Y esto sencillamente porque Dios no quiso ángeles, quiso hombres para la :lecisiva empresa ele conquistar a los hombres para el cielo. La obra divina exige la to;;aliclad de la inte– lig·encia y del corazón. El sacerdote no puede dividirse. La fidelidad jurada le anula paTa otra 5
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