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res. Los lujuriosos, los ladrones, los borrachos, los blasfemos tiene:i razones especiales para desacreditar al sacerdote. Parece paradójico, ¿verdad? Precisamex:te los menos indicados, ya que hay labor suficiente en su vida para estar ocupados de sí mismos. Claro que es más cómo– do criticar y murmurar. Como si fueran excusa– bles sus culpas por al hecho de que haya sacer– dotes culpables también. Felizmente encontramos antecedentes en la vida de Cristo. Jesús desenmascara la hipocre– sía, el mal corazón, la intriga de los fariseos con hiriente ironía. 'CNo recibieron la luz porque obraban el mal». Hay hombres malos que pre– tenden negar su maldad con pretextos tontos. Voy a presentaros la lista de los enemigos «oficiales» del sacerdote. Un blasfemo: «¿Quién le manda a usted meter– se conmigo? ¿ Le he molestado yo a usted?» Creen que el únicJ modo de molestar es salir– le a uno en la oscuridad para gritarle: «la bolsa o la vida». No entienden, por falta de educación, que blasfemar es ofender al cura y a todos los cristianos que lo sean de verdad. Un borracho: «A mí me sobran los curas. El caso es que haya vino y mujeres». Se ve bien por qué estorba el cura, ¿no? Un lascivo: «Fuera escrúpulos. Hay que vivir la vida. Imposible ser castos». El cura cree lo contrario porc;_ue es caballero y sabe res– petar la limpieza de un nombre femenino. Un ladrón: «Cada uno se gana la vida como puede». Los curss dicen que hay que ganar la vida con dignidad, como se debe. Dicen 15
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