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SIN EMBARGO ... No hay que exagerar. Un problema tan complej() como la conducta sacerdotal exige moderación y justicia. Digo que los sacerdotes son pecadores. Que son en– trañablemente «nuestros». Y desearía más cari– dad y verdad al enjuiciar su vida. Al hombre no se le puede juzgar por tu pe– cado aislado. Sería falta de comprensión. Un hombre no es «sus defectos». Un hombre es «su vida». Sería injusto clasificar a un hombre par– tiendo de sus pecados. Porque lo normal -en el hombre -por vicioso que queramos suporn,rlo– no es el pecado. El pecado suele ser un «mal paso». Pido justicia para los sacerdotes. Y esta justicia que exijo consiste en dos cosas: Primero, un cura no son «los curas». Segundo, no se debe callar lo bueno y exhi- bir únícamente lo malo. No hay derecho a gene:c-alizar. Si hay un cura ambicioso no hay derec:i.o a pontificar: «los curas son ambiciososJ>, Y si generalizáis para lo malo, tened valor pa:,:a generalizar también para lo bueno. Cuando v-eais un cura celoso, buen amigo, espléndido, santo, decid: «Con estc,s cu– ras da gusto: son buenos amigos, inteligentes, espléndidos, santos». Por otra parte, si un cura posee innumerables cualidades de inteligencia y ccrazó~'l es viril reco- 13

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