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Las cenizas del pecado son el principio de una vida nueva. Por esos mundos de Dios viven hombres co– mo nosotros. Quizá hayan perdido el primer celo. Es posible que hayan olvidado que su umca herencia es Cristo. Hombres, al fin, sienten la atracción sensible de las cosas. Probablemente haya curas escépticos, pesi– mistas, ambiciosos. Sí, es cierto, el sacerdote es hombre y puede sucumbir en el frente de mundo, demonio y carne. ¿Habéis leído «Inquisición», de Diego Fabbri? Allí aparecen los dos tipos del cura. El cura santo que mira al Cristo y adivina el secreto de las almas. El «verdadero» hombre de Dios que acaricia las cuentas del rosario. Y el cura que se ha dejado vencer por la so– ledad, el desaliento y la carne. El cura que no ha podido soportar el peso del corazón. Porque se sabe frágil, humano y pecador, cada mañana resuena su voz limpia, recia y ar– diente: «porque pequé en exceso de pensamiento, palabra y obra ... , por eso pido que roguéis por mi a Dios, el Se– ñor nuestro». 12

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