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y ellos se callaron. Habían disputado sobre quién era el mayor. Jesús se sienta, llama a los doce y les da la lección: El que quiera ser el primero, que sea el último ele todos y el servidor de todos. Tomando luego un niño, le puso en medio de ellos, y, abrazándole, les dijo: «Quien recibiere a uno ele estos niños en mi nombre, a mí me recibe... » La vanidad y el orgullo han penetrado tam– bién en el coi-azón ele los elegic.os . Y, dejando a un lado estas imperfecciones de tono menor, vamos a los pecados gordos. Pedro es un cobarde que niega a Cristo por no com– prometerse. Y no hay que olvidar el amor fuer– te de Pedro, su veracidad, sus méritos. Sin em– bargo, se pone en peligro y cae en m:. pecado horrendo. Pedro es un renegado. ¿ Qué hace Cristo con Pedro? Le pregunta: «¿ Me amas, me mr_as más que éstos, me amas de veras?» Así tres veces. A Pedro se le exige una triple confesión de amor. Pero Jesús le da el «primado>:·, el primer pues– to del Apostolado. Por voluntad expresa ele Cristo, Pedro, el «renegado», es piedra y timonel. ¿Es posible? Es un hecho real que obsesio– na dulcemente al pecador que conoce, que, por encima de su fragilidad, está el amor de Dios, que no tiene medida. Judas es un apóstol. 9

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