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BUSQUEDA SEÑOR, DAME TEMOR Aprendí de niño que "el temor es el princ1p10 de la sabiduría". Sin embargo, me cuesta mucho pedir– te temor. Con sinceridad, prefiero tus brazos a tu espada. El temor me deja insensible. Tu amor me emociona cada día como el primer día que lo apren– dí. No recuerdo cuándo empecé a amar.te. Debió ser de muy niño, y de un modo intuitivo, fácil, hermo– so. Lo que sí recue11do es que tenía miedo a la "sala oscura" y a la noche con aullidos, de perros. Recue:vdo también mi miedo a los muertos. "Los muertos no hacen mal a nadie", me explicaba mi abuelo mientras hacía una reverencia al pasar al laido de los tapiales sagrados. Pero yo notaba en mis pies un picor especial que me subía por la columna vertebral con un espasmo de susto. Dios mío, ahora sé que es bueno el temor. No las fantasías legendarias de Barba Azul y Blancanieves. Sino el temor del hombre cristiano. Temor del men– tiroso que sonríe con dob1ez. Temor del hipócrita que prepara sañudamente su lengua para despellejar. Temor del lascivo que tiene un muladar en su co– razón. Temor por tantos y tantas como se juegan a cara o cruz la felicidad. Y temor de perderte - de perderme - porque la vida es arriesgada tarea de gracia. Dios mío, si el temor va a mantenerme digno, al abrigo de los pecados, dame tu santo temor. Pero quítame el temor estéril que me aparta de Tí. - 76 -

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