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P,. Calasanz SEÑOR, DAME... Es la hora de la insensibilidad. No sé qué pedirte. Soy torpón y no me vienen las ideas. Mis ojos miran vagamente las cosas, en una alucinante indif.erencia, sin rozarlas apenas. Hasta las palabras disuenan, co– mo si hubiera olvidado hablar. Todo pierde su dimensión concreta: el cielo, el pai– saje, las cosas. No puedo reflexionar. No puedo reír. No puedo llorar. · Tienes que perdonarme, Dios mio. Pero el ser hom– bre lleva consigo todas estas contradicciones. Es uno tan ·misterioso que_ se acaba la vida sin comprenderse, sin conocerse. Pero T,ú me conoces y no necesitas ex– plicaciones. No encuentro la palabra. No me sale la música. No recuerdo la mirada. Todo opaco, como l::i, tarde que se ,esfuma en esos medios tonos grises. ¿Meteoé la pena vivir así? ·· Seá ·1o ·que Tú ·quieras, Dios mío. - 67-

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