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P. Calasanz SEÑOR, POR LOS TRISTES A veces la tristeza es virtud. Por eso te pedí un día la tristeza. Con frecuencia es un peligro de peca– do. Señor, ten piedad de los tristes y dales un ángel especial que aleje los espectros trágicos y los pensa– mientos desoladores. Ten un recuerdo para aquellos que desconfían de los hombres porque han sido cas– tlg:::.dos duramente por la injus,ticia, por el egoísmo, por la ferocidad. Hay hombres que no saben alegrarse. Quizá no les ha tocado ni un bocado del banquete de la di– cha. Y cuañdo intentaron acerc:c,:·se, vino un amo sin entrañas, de esos que prefieren que queden las miga– jas para los perros, y les tiró al rostro unos cuan– tos insultos. Hay tristezas duras, como de can sar– noso apaleado por los chiquillos y huído siempre por los barrios sucios. Y hay tristes de corazón. Son los que gozaron un tiempo y hoy ·recuerdan sin resig– narse a no ser lo que fueron. Señor, yo conozco la tristeza de mis hermanos. A veces sin remedio porque la vida no perdona las equivocaciones. Y habría que empezar de nuevo con la corriente enlodada y en contra. Ya que la tris– teza habita en nuestro mundo, danos entereza para sobrellevarla con dignidad. Con virilidad. Como Tú auieres. -31-

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