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P. Calasanz SEÑOR, DANOS BELLEZA Por fin entiendo que el hombre es, en cierto senti– do, el universo. Todo viv,e o simplemente está ahí para el hombre. El firmamento estrellado tiene su razón de ser "desde el hombre" que ordena las notas dispersas y canta la gloria de Dios. La flor tiene per– fume exquisito, pero no tiene, conciencia de su defi– nitiva belleza. Y viene el hombre a cantarla y a dar– le a Dios alabanza y grandeza. Hay un intercambio gozoso entre la flor y el hom– bre. El hombre usa inconscientemente metáforas flo– rales porque se siente expresado con escueta rima en las ros·as. Lo dijo con hondura el poeta: "... por eso todas ellas al nacer imitaron el color y la forma de nuestro corazón". Hasta en la hora de la plegaria nos sirven las flores. Y el altar de la Primera Comunión nos emo– ciona florido y oloroso. El "sí" sagrado de las nupcias tiene por fondo un altar cuajado de azahares. La novia que. conserva su pureza lleva traje de inocen– cia y flor. Dios mío, óyeme. Dame belleza. Dame expresión. Dame delicadeza y sentido de Tí. "Señor, si por Tí viven las rosas, no muera sin Tí mi corazón". - 29 -

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