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P. Calasanz SEÑOR, DAME PUDOR A veces pienso que el hombre es inteligente. Pero mi desengaño es más incómodo luego. El hombre cuerdo tiene suficientes -títulos para vivir en un ma– nicomio. Porque todo hombre normal ha cometido unos cuantos disparaites y ha hecho cuatro o cinco locuras gordas. El l:).ombre comete la necedad de ser impudoroso. El impudor ~s una falta de lealtad al mundo inte– rior, el universo verdadero de la verdad, del bien, del alma. El impudor es como una ofensa a la na– turaleza misma. ¿Habéis visto la savia del árbol? Busca una corteza externa que la revista y proteja. La amapola se resiste a mostrar su flor. Y hay que deshacer el capullo, a ver si es "fraile o monja", como en la pulida Paverilla. El pozo-esa palabra "tan honda, tan verdine~ gra, tan fresca, tan sonora" - se esconde a la curio– sidad vulgar con un brocal que es vallado y asiento. Dame pudor, Dios mío. Que tengan que punzar– me como a la higuera en su corteza para que rega– le la leche tibia de la simpatía. Que abra la amapo– la con el temblor del niño que busca su destino en aquella llamita roja, tierna, fragante. Que tenga· en mis venas la rama suficiente para esconder y prote– g:)r un ntdo. Y que mi corazón brote agua fresca, pero profunda para que no la enturbien. los prime– ros que beben. Dios mío, que tenga a,gua limpia a tu llegada, fatigado del camino. - 25 -

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