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P. Cal€J.sanz SEÑOR, QUE PERECEMOS A veces piensa uno que se acabó el bien entre los · hombres. Se maquinan crímenes oscuros en el mun– .do. La injusticia sube al ,trono para dictar senten– cias. Los poderosos oprime'n con su peso a los des– heredados. La sangre de Abel-caliente y agria– pide con urgencia que venga Dios a poner orden. Señor, Tú conoces palmo a palmo las concien– cias. Y sabes que del mal corazón nacen los odios, las torpezas, las conversaciones prohibidas. Hasta los buenos tienen horas de aiba•timiento y dejan el mun– do en poder de los perversos. Pero, a pesar de todo, esperamos en Tí, Seño_r. No dejes que perezcamos. Y para. eso, ven. Ven con urgencia. ¿No ves que naufraga el ho– nor? ¿No ,te llega el grito de protesta contra los atro– pellos y la deis.honestidad ¿O eres sordo a las ora– ciones de los tuyos que te piden vengas pronto? Ha lleg•ado la hora de . intervenir en los problemas de los hombres pues, de lo contrario, ¿quién podrá ha– cer frente a la avalancha del mal? - 17 -

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