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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVAN(¡-ELIO Vigésimo domingo del tiempo ordinario (Mt 15, 21-28) El diálogo vivo y jugoso entre la mujer cananea, una mujer que no pertenece al pueblo judío, y Jesús de Nazaret muestra cla– ramente que la Buena Nueva por él predicada debe llegar a todos los hombres. Se acabaron los compartimentos estancos, los privi– legios de raza y herencia. Lo que cuenta desde ahora son las pos– turas personales, las respuestas de cada hombre en lo íntimo de su corazón. Frente a la incomprensión y rechazo de los judíos des– taca la fe de una mujer marginada, excluída de la salvación por los engreídos leguleyos de Israel. Toda la actividad de Jesús sigue esta línea de apertura universalista, de supresión de linderos y par– celas; a todos sin excepción ofrece su palabra y acción: cura a los sencillos y a los pobres, pero sana también a los ricos, condena la secta de los fariseos, "esos sepulcros blanqueados", pero cuando uno de ellos le invita, acepta; come y bebe con los recaudadores de impuestos y con los marginados; cura al criado de un influ– yente militar romano; habla con la samaritana, perteneciente á la raza más despreciada de los judíos; en la cruz pronuncia palabras de perdón y de misericordia hacia todos. Jesús atiende los deseos de la mujer cananea por la sencilla razón de haber confiado en él; no exige, no presenta tarjeta alguna de crédito o algún título nobiliario. Sencillamente confía y espera: "también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños", suplica la mujer. Y Jesús acaba premiando su esperan– zada confianza con la promesa tranquilizadora: "Mujer, ¡ qué grande es tu fe; hágase lo que pides!" Estas palabras entrañables nos dicen que la fe es antes que nada la adhesión humilde a una persona; es abrirse a un amor, antes que perderse en el complicado entramado de las doctrinas, leyes y prescripciones. Cuántas veces los cristianos hemos desvirtuado la fe confundiéndola con fórmu– las inertes, con sutiles distingos entre los que van a misa los 74