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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVAN(i-ELIO la que Dios está presente, y una esfera común., ordinaria, coti– diana en la que Dios está ausente. En contra de lo que afirman los fariseos, para Jesús todos los hombres, sean judíos o paganos, enfermos o sanos, pecadores o justos tienen el mismo derecho y las mismas obligaciones para con Dios y para con los hombres sus semejantes. La escena evangélica que comentamos encierra una apremiante llamada a las comunidades cristianas para que com– prendan el rumbo nuevo de apertura universal en la historia de sal– vación. La fe cristiana nace con una misión de universalidad. En toda persona hay una imagen de Dios, aunque muchas veces esté obscurecida por fuerzas destructoras. Undécimo domingo del tiempo ordinario (Mt 9, 36-10, 3). El texto evangélico nos habla de la misión encomendada por Jesús a sus discípulos. La ocasión de la misión nace al ver a las turbas fatigadas y desnortadas "como ovejas sin pastor" La expre– sión se remonta a los profetas y describe la situación del pueblo de Dios: disperso, sin unidad y sin guía. Cristo desea ser anunciado en todas partes porque quiere unir, sacar a los hombres de su des– orientación, y recurre a otra imagen de los profetas: "La mies es mucha pero los obreros son pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" Una llamada permanentemente actual a la colaboración generosa y entregada. Se necesitan "líde– res", guías, animadores que sean capaces de orientar e iluminar, de hacer realidad sobre esta tierra el Reino de Dios. Los primeros responsables son los discípulos directos de Jesús, pero la invita– ción apremiante se dirige a todos los discípulos de todos los tiem– pos, los de ayer, los de hoy y también los de mañana. El discípulo de Cristo ha de anunciar el Reino de Dios con la conducta y la palabra, reino de justicia, de amor, de concordia, de alegría y de paz. Ha de ser luz en las tinieblas, fermento transformante de la 62

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