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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO nifican toda la vida de Jesús que se entrega a la muerte por los hombres, por ser fiel a la misión salvadora. Jesús invita a comer y beber esa vida suya. El mismo Jesús nos da el sentido de este comer y este beber: "Quien come mi carne y bebe mi sangre per– manece en mí y yo en él". Por eso hablamos de "comulgar", es decir, de entrar en "comunión" con el destino de Jesús. No se trata de un rito mágico más, sino de aceptar el compromiso de Jesús "que da su carne por la vida del mundo". Aquí radica el punto de partida para comprender el sentido de la celebración eucarística. No es un espectáculo, ni un cúmulo de fórmulas alejadas de la vida diaria, sino una celebración en la vida y para la vida, una con– memoración que tiene su puesto en la vida y en la historia, una celebración de la justicia, de la sinceridad, de la reconciliación y de la amistad. Quienes comulgan se comprometen con sus vidas a secundar el objetivo supremo de Jesús: dignificar al hombre hasta las últimas consecuencias. Comulgar es algo muy serio y exi– gente, porque implica la transformación en Cristo. La comunión supone un profundo clima de fe, una clara y viva experiencia reli– giosa en la familia, en el enraizamiento perseverante y consciente en la comunidad cristiana. Precisamente porque muchos conside– ran, aunque no lo digan, la primera comunión de sus hijos como una fiesta de primavera, como una ruidosa presentación en socie– dad, hemos llegado al absurdo de considerar la comunión como un juego de niños. El joven, el hombre adulto, apenas comulgan. ¿Por qué? He aquí el gran interrogante que todo cristiano debe tomar en serio. Invito a mis oyentes, especialmente a los responsa– bles de la comunidad cristiana, a que no trivialicen un acto tan importante y decisivo en la vida del creyente como es "comulgar el cuerpo y la sangre del Señor". 60

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