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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANG-ELIO que fuera crucificado. Los judíos, que conocen bien la mentalidad de los funcionarios romanos, preocupados sobre todo por no des– agradar al César y por mantenerse en su puesto privilegiado, poco a poco han llevado al Gobernador a una situación limite, a un callejón sin salida. Una salida airosa y honrada seria obrar con– forme a su conciencia; la otra, más cómoda y menos comprome– tida, sería la sentencia condenatoria. Y ésta es la elegida por el Gobernador romano, ávido de poder y de privilegios. La actitud de Pilato es sumamente aleccionadora para cuan– tos ocupan el poder, viven del poder y no consiguen vivir sin el poder, aun a costa de traicionar y atropellar su conciencia. Pero es también una lección clara para todo creyente en esta hora de com– promisos y componendas, de negaciones y traiciones. Cuando nuestra fe exige un testimonio nítido y valiente, cuando el testi– monio cristiano nos exige algo que amenaza nuestra confortable seguridad, imitamos la postura cobarde y vacilante de Pilato.Y para disculpar y justificar esas traiciones escandalizantes inventa– mos mil excusas: respeto a la opinión de los demás, afán de tole– rancia, no crear problemas, evitar males mayores, no provocar a los que no piensan como nosotros. Todas éstas y otras muchas son elegantes maneras de "lavarse las manos". Claro que a veces es mejor "lavarse las manos" que actuar con ellas manchadas. Los cristianos hemos olvidado que la cobardía es la excusa de los que no tienen razón. No nos hagamos ilusiones. La verdad que nos presenta Cristo es una verdad crucificada y resucitada, pero no aplaudida. Es una verdad contra la que muchos sienten unas ganas locas de tirar piedras y pedruscos, porque es una verdad molesta, exigente, que perturba nuestras falsas seguridades. No nos convir– tamos en "compañeros de "viaje" de tantos fariseos hipócritas, de tantos cristianos vergonzantes que ante tantas cosas que huelen mal en nuestra sociedad esconden la cabeza bajo el ala de la indi– ferencia y de la cobardía. 46

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