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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANC¡-ELIO régimen de salvación. Con él cesan los antiguos sacrificios; ahora es el enviado del Padre quien se entrega por amor para destruir la muerte y el pecado que la provoca El texto evangélico no habla de los pecados de los hombres, sino del "pecado del mundo". El "pecado", en singular, parece referirse a esa fuerza irresistible y tiránica que conduce al camino del odio, de la injusticia, de la vio– lencia y de la opresión. Todo ese amasijo de odios, de rivalidades, de apostasías, de estructuras perversas, de abusos de poder que hoy llamamos "corrupción" es lo que intenta destruir "el cordero de Dios." Este pecado está allí donde hay hombres endiosados que se erigen en norma y medida de todas las cosas, que se cierran a la acción de Dios: Dios de amor, de justicia y de paz. En elevan– gelio de Juan "el pecado del mundo" es la mentira que engendra muerte. Frente a ese pecado está la parcela de la vida, que es luz, paz entre los pueblos, ayuda al necesitado, colaboración generosa, distribución equitativa del pan y de la mantequilla, gozo sincero por el hijo que nace para iluminar y alegrar las tinieblas del mez– quino corazón humano. El evangelista, al describir la relación entre el Bautista y Jesús, exhorta a los cristianos a que se dejen sumergir en las aguas de Cristo, que son aguas del Espíritu, de ese Espíritu que vive en la comunidad e impulsa a la acción, a la transformación de las rea– lidades terrestres, a desterrar la muerte bajo cualquiera de sus for– mas visibles o soterradas. Tercer domingo del tiempo ordinario (Mt 4, 12-23) El pasaje evangélico de este domingo compendia de modo conciso y preciso la predicación de Jesús y define los rasgos esen– ciales del verdadero discípulo. Habiendo oído que Juan había sido encarcelado, Jesús se retiró a Galilea y fijó su residencia en 34

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