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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO Cuarto domingo de Adviento (Mt 1, 18-24) En vísperas ya de la Navidad, el evangelio nos presenta el verdadero misterio de Jesús. Nos dice llana y simplemente que Jesús queda inscrito en la historia humana, en una insignificante parcela del poderoso imperio romano, pero al mismo tiempo nos dice que su origen viene de lo alto. En el niño que María ha conce– bido habita la plenitud del Espíritu del Señor. Su persona rebasa los estrechos limites de la carne y de la sangre. Con dos nombres significativos se describe la verdadera fisonomía del hijo de María. Recibirá en primer lugar el nombre de Jesús, que significa "Salvador", porque su fundamental misión consistirá en liberar y perdonar, restableciendo así la armonía perdida. En segundo lugar, Jesús cumplirá en su persona la antigua profecía que anun– ciaba al Mesías futuro con el significativo nombre de "Enmanuel"= "Dios con nosotros". Así, lo eterno y lo temporal, lo inmaterial y la materia, lo divino y lo humano se unen de modo misterioso. En Jesús, Dios se hace visible, accesible, una figura perceptible y palpable. En adelante ya no será necesario acudir a representaciones fantásticas de Dios, porque el Hijo representa la única imagen válida de Dios. El misterio de Jesús no es que sea Dios, el verdadero misterio está en que es "Dios con nosotros". La fe debe asumir, bajo pena de carecer de sentido, toda la realidad de Jesús de Nazaret. No puede contentarse con afirmar: Dios se hizo hombre. Tiene que confesar: Dios se hizo este Jesús. De un modo u otro ha de atravesar la escandalosa muralla de separación. Si se queda en la parte de acá, su creencia, a pesar de las apariencias, no dejará de ser demasiado humana; si va más allá, no captará en su existencia concreta la persona de Jesús. A partir de ahora nuestro Dios es un Dios cercano, cotidiano, presente en las alternativas más simples y vulgares de la vida. Por tanto, lo real, lo verdadero para el hombre no es evadirse de su 28