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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EYAN(i-ELIO tiene por qué poner coto a nuestra imaginación. Ésta siempre tiende a materializar las realidades espirituales. Pero el cielo es inimaginable, porque el cielo es el amor infinito; allí donde está Dios, allí está el cielo. Para un cristiano, pues, no existen seres queridos desaparecidos, sino seres presentes vivos en Cristo. Todo queda iluminado por la palabra salvadora del evangelio de Juan: "Quien guarda mi palabra no verá la muerte eterna". Apremiante llamada a la reflexión para nuestra cultura tan avanzadQ.en aspec– tos técnicos, pero que no quiere preguntarse por este tiempo pre– sente, tan fugaz e inquietante. Trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario (Le 21, 5-19) El evangelio de este domingo nos habla de la destrucción del templo y de la "parusía" del Señor, es decir, de su segunda venida para restaurar plenamente su reino de justicia, de amor y de paz. El evangelista emplea en su descripción los elementos literarios del género apocalíptico: imágenes catastróficas de guerras y enfrentamientos de pueblos, terremotos, pestes, y conmociones cósmicas. Detrás de estas imágenes variadas y de los esquemas expresivos, incluso detrás de las posturas concretas, pues había comunidades que consideraban inminente la venida del Señor y otras no, se observan algunas ideas constantes, como la certeza de que el vencedor de la historia es el Señor muerto y resucitado; el juicio, la necesidad de la vigilancia, el rechazo de toda especula– ción sobre el "cuando" y el "cómo"; Dios triunfa siempre sobre el mal y de las cenizas de una civilización caduca surge siempre un mundo nuevo: el mundo definitivo y renovado de Dios. La des– trucción del Templo significa el fin de la antigua alianza entre Dios y el pueblo judío; sobre sus ruinas se va a construir un nuevo pueblo, al que tendrán acceso todas las naciones de la tierra. El mensaje permanentemente actual, valedero para cada época de la 244

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