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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANG-ELIO bola de Lucas, sin otras pretensiones teológicas que pertenecen a tiempos y situaciones posteriores. Pero esta realidad es más que suficiente para vivir una vida eclesial y evangélica profunda, fecunda y siempre actualizada. Vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario (Le 17, 11-49) Jesús realiza el milagro a favor de los hombres más poster– gados y orillados en la sociedad de su tiempo. "El leproso, man– chado de lepra, llevará rasgados sus vestidos, desnuda la cabeza, cubrirá su barba e irá clamando: ¡inmundo inmundo! Es inmundo y habitará solo, fuera del campamento tendrá su morada". Tanto el leproso como el samaritano son dos seres extraños, indeseables, que no tienen acceso al Reino de Dios. ¿Qué ha pasado? Jesús, acogiéndolo, le permite ocupar de nuevo un lugar en el entramado social, los hace entrar de nuevo en la vida; rompe el hormigón de los principios de una sociedad clasista y puritana. La salvación que él ofrece no tiene fronteras; ya no hay barreras de raza, de san– gre, de cotos cerrados. Con su acción y su palabra, Jesús hace una fecunda declaración de los derechos humanos. Esto sucedió hace veinte siglos. "Diez leprosos son curados por Jesús, pero sola– mente uno se volvió hacia él para darle las gracias". Con esto se condena la obstinación de los judíos que, creyéndose con dere– chos especiales, se enquistan en su racismo exclusivista. Jesús, no obstante, afirma la universalidad de su misión. Cristo acoge a los pecadores, a los débiles, a los pobres y marginados, cualquiera que sea su raza, religión, sexo o condición social. Esto sucedió hace veinte siglos.¿Y hoy? Hoy en nombre de la religión se divi– den pueblos e individuos, se aniquilan, se establecen fronteras infranqueables con la sangre, con la muerte sembrada por el terro– rismo. Solamente uno de los curados se acerca a Jesús y se con– vierte en discípulo suyo. Sólo el extranjero, el que según las leyes 238

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