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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO riquezas comiendo opíparamente y vistiendo al último grito de la moda. Pero lo malo y lo peor no es esto, lo malo y lo peor es que junto a él está un pobre miserable a quien se le niegan hasta las migajas que caen de la mesa bien surtida del rico. Una discrimina– ción inhumana que tiene su contrapartida en la vida eterna El rico ciega su corazón y se convierte en centro absoluto y exclusivo de sus riquezas. El pobre, en cambio, conserva su corazón libre y abierto al reino de Dios. Por eso, entre uno y otro se interpone un abismo infranqueable. El pensamiento de Jesús es claro y tajante: quien administra mal los bienes propios se condena a sí mismo, porque, evangélica– mente hablando, el hombre no es dueño absoluto de sus bienes y no puede, como con frecuencia se dice, hacer con ellos lo que le venga en gana. Tanto los individuos como el mismo Estado son administradores de algo que está más allá de lo mío y lo tuyo. Es la comunidad la que tiene derecho a una distribución más justa y más cercana al espíritu del evangelio. Si invertimos los términos, tengamos al menos la valentía de no llamarnos cristianos. La fe cristiana se vive necesariamente en unas coordenadas socio-eco– nómicas ineludibles y exige que la propiedad privada, las riquezas de los pueblos se sometan a unos criterios que garanticen el des– arrollo, la felicidad de los débiles. La parábola que comentamos encierra también una llamada a los creyentes para que luchen con generosa entrega a favor de las víctimas de la indigencia, de la enfermedad y de tantas lacras como agobian al ser humano. En la segunda parte de la parábola se nos dice que el abismo que los ricos han abierto entre ellos y los pobres solamente puede ser fran– queable mediante la conversión. Esta conversión no depende de aparatosos milagros o de espectaculares intervenciones de lo. divino. Se funda en la escucha y puesta en práctica de los princi– pios evangélicos. Algo mucho más sencillo y normal a que venga una resucitado a convencerlos. 236