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REFLEXIONES DOMINICALES SO13RE EL EVAN(rELIO parte, amplía el campo más allá de los estrechos límites de la raza y del parentesco; y, por otra parte, el hombre debe elegir su des– tino libremente, aun a riesgo de enfrentamientos con las posturas deshumanizantes provenientes de la sangre, de la raza, de las etnias opresoras, de los condicionamientos de una determinada cultura. Cuando está en juego el propio y personal destino, no se puede contemporizar con los sentimientos y tradiciones, con esquemas, amenazas o prohibiciones; hay que asumir todos los riesgos hasta las últimas consecuencias: "Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". Tratándose de una decisión, de un compromiso tan radical, se requiere un discernimiento reflexivo. No se puede obrar a la ligera, sino que hay que ponderar con calma las consecuencias, como aquél que quiere construir una casa en el campo, o el rey que intenta luchar con otro rey. La posibilidad de hacer el ridículo o de verse en la obligación de rendirse sin condiciones debe pre– venir cualquier clase de decisión apresurada e irreflexiva. Un aviso apremiante a los atolondrados e impetuosos que con dema– siada rapidez dan un sí al evangelio y luego no son capaces de rea– lizar sus exigencias en el comportamiento diario. Lo que interesa no es la cantidad de cristianos, sino su calidad. ¿Qué significado tiene la frase tan repetida en nuestra sociedad: "Soy creyente, pero no practicante"? La fe en sí misma es obra, acción , compromiso, dinamismo amoroso y constructivo. No hay más fe auténtica que la que se identifica con la vida, como dice S. Juan en su evangelio: "Esta es la obra de Dios: que creáis en Aquél que él ha enviado". El evangelio nos pide que huyamos del triunfalismo barato, del concepto inflacionista de la estadística: el noventa por ciento están bautizados, el ochenta por ciento se declaran católicos, unos practicantes y otros no ... pero "tutti contenti=todos contentos. ¡Qué triste y ridícula paradoja!. 232