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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO ten a gusto en una religiosidad anclada en el pasado y que los hombres actuales ya no pueden comprender. Quiere vivificar la vida asentada sobre fórmulas y prescripciones vacías de conte– nido. Quiere despertar al hombre para que viva con sinceridad la renovación de los corazones y de las estructuras según los crite– rios del Reino de Dios. Por eso Jesús afirma que no ha venido a traer la paz, sino la división. La división de Jesús, atrevida como todas las paradojas, subraya la radicalidad de su mensaje, que se ofrece como lo único absoluto en la vida del creyente, más abso- 1uto que los estrechos límites de la raza, de la familia y de la comunidad cultural. El Reino de Dios apuesta siempre por la uni– versalidad sin fronteras, pero esta universalidad no supone romper los vínculos familiares, los legítimos sentimientos de amistad. Supone que las relaciones familiares se enjuician desde una nueva perspectiva. No puede confundirse la paz con el inmovilismo y el anquilosamiento; la unidad con la uniformidad despersonalizante, la autoridad con el autoritarismo que ahoga toda iniciativa respon– sable y personal. El hombre de fe trata siempre de guiarse por la palabra de Jesús como criterio último y absoluto. Tomar una deci– sión en conciencia supone muchas veces enfrentamientos con el mundo afectivo que nos rodea. La opción por el Reino supone libertad plena para decidir, sin presiones de familia, de raza o de confesión religiosa. Esta universalidad predicada por Jesús tiene amplias y profundas resonancias en nuestro mundo, donde toda– vía persisten las guerras étnicas, ¡y de qué manera!; y lo que es todavía peor, las guerras religiosas. Ejemplos sangrantes los tene– mos en los cinco continentes. Libertad en la elección, madurez en la decisión y en el compromiso. Vigésimo primer domingo del tiempo ordinario ( Lc13, 22-30) ¿Son muchos o pocos los que se salvan? He aquí la pregunta 228

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