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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO Undécimo domingo del tiempo ordinario (Le 7, 38-8, 3) La escena evangélica, una de las más significativas y más impregnadas no sólo de teología, sino también de nuevos valores humanos y sociales, puede resumirse así: un fariseo, llamado Simón, invita a Jesús a comer con él; una mujer, conocida en el pueblo como pecadora, al enterarse de que el Maestro está" recos– tado a la mesa" en casa del fariseo, coge un frasco de alabastro lleno de perfume, y puesta detrás junto a sus pies, llorando, comienza con lágrimas a bañarle los pies, y a enjugárselos con los cabellos, a besárselos y ungírselos con el perfume. Esta acción, cuando menos sorprendente en la sociedad clasista y cerrada, motiva la reacción retorcida y malintencionada del anfitrión: "si éste fuera profeta ... ", es decir, un hombre honrado e integro, no dejaría que una mujer le manifestase en público un afecto tan cer– cano e íntimo. Jesús le contesta con una pregunta: un prestamista tiene dos deudores, uno le debe quinientos "denarios", y el otro, cincuenta, pero como no pueden pagarle, a los. dos les perdona la deuda. "¿ Quién de ellos lo amará más". Simón replica: "supongo que aquél a quien mas perdonó". Esta mujer ha hecho lo que tú debías haber hecho con el invitado que recibes en tu casa: ofre– cerme agua para los pies, darme el beso de bienvenida, ungir con aceite mi cabeza "Por eso te digo que sus muchos pecados quedan perdonados, porque ha amado mucho; en cambio, al que poco se le perdona, poco ama". Se ha afirmado con frecuencia que la pecadora se presenta a Jesús como una mujer arrepentida y peni– tente que busca el perdón de sus faltas con estas muestras de amor; el perdón sería, pues, el efecto de estas muestras de amor. Sin embargo, los más recientes comentaristas interpretan la pos– tura de la pecadora así: El arrepentimiento, el perdón de los peca– dos y la salvación se han hecho realidad en una persona pertene– ciente a uno de los sectores más marginados de la sociedad israelita: una mujer y además pecadora. La transformación experi- 214

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