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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANGELIO Domingo de Pentecostés (Jn 20, 19-23) La fiesta de Pentecostés recuerda el acto solemne mediante el cual Jesús funda oficialmente su comunidad, su iglesia. Y lo hace para que continúe en el tiempo y en el espacio su obra, su misma obra. Jesús sopla, exhala su espíritu sobre ellos para comu– nicarles su fuerza, para transmitirles su misión de transformación y renovación de la humanidad: "Como me envió a mí el Padre, así os envío yo a vosotros. Dichas estas palabras, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo". En el transfondo bíblico está el famoso texto del profeta Ezequiel: compara a Israel vencido y deportado con un valle de huesos; cuando el soplo de Dios actúa, los huesos se encuentran, se acoplan, la carne empieza a crecer y de repente un pueblo se levanta. En el clima morboso de nuestra sociedad paralítica, a pesar del bienestar temporal y del crecimiento econó– mico, ¿cómo decir con Saint John Perse: "Oigo crecer los huesos de una nueva edad en la tierra?" ¿De dónde vendrá el soplo que transforme y haga crecer nuestra humanidad dolorida y desnor– tada? El Espíritu de Jesús nos invita a vivir en constante vigilia, a testificar día tras día que la paz es posible, que la reconciliación de la humanidad no es una quimera, que la existencia en libertad del hombre es una necesidad. El poeta Machado escribió a su madre esta frase profética: "Más importante que vivir y soñar es despertar". Los cristianos, que vivimos en la presencia del Espíritu vivificador, somos perso– nas en estado de alerta, alerta hacia el hombre y hacia Dios. Nada debe sernos extraño. Todo cuando sucede en el mundo ha de tenernos con el oído atento: el lamento de los pueblos que sufren hambres, guerras, persecuciones.. , el lamento de los creyentes que todavía tienen que celebrar su fe en obscuras catacumbas; el lamento de los trabajadores, de los pueblos oprimidos, de las etnias enfrentadas a muerte, de los jóvenes que piden una oportu- 210

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