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COMENTARIOS RADIOFÓNICOS EN COPE-ASTORG-A más acorde con la verdadera naturaleza de Dios, un Dios de amor y de misericordia. Con tres parábolas significativas el evangelio presenta este rostro misericordioso del Señor: las parábolas de la oveja perdida, de la mujer que pierde una moneda de las diez que tiene, y la célebre parábola del hijo pródigo. A través de la pará– bola del hijo pródigo, Jesús simboliza la postura del hombre frente a Dios: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde". Deseo vivir mi vida; tú, en cambio sigue tu camino trillado, tus tradiciones anquilosadas, tu anticuada manera de ver las cosas; yo quiero ser hombre libre, probarlo todo y disfrutar al máximo de todas las sensaciones y emociones. Hasta que un buen día el hijo pródigo se siente solo y abandonado; tiene hambre, sed y frío; recuerda que el amor desinteresado del padre le hizo libre ... y exclama lleno de esperanza: "Volveré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti". Una humillante y vergon– zosa experiencia puede ser el punto de arranque, el inicio esperan– zador de un nuevo camino. En el fondo misterioso e insondable de cada persona hay un rescoldo secreto que nunca se apaga una, fuerza que a cada uno le hace sentirse pecador y cada uno es sujeto y actor de su propio destino. El motor de esa acción generosa es el amor que impulsa y arrastra, purifica y renueva. A semejanza del hijo pródigo, también los hombres modernos, que han logrado un impresionante y escalofriante progreso técnico, creen poder pres– cindir de Dios y vivir la vida a su aire. Dios es una sombra inopor– tuna, un aguafiestas molesto. De esa manera, la única salida que queda, cuando la vida es un callejón sin salida, cuando el fardo de nuestra angustiosa soledad, pesa demasiado, la única salida, digo, es el suicidio. ¿Dónde hallar el remedio satisfactorio? Mirar hacía arriba, para percibir que no estarnos solos, para descubrir que el cielo no está vacío y que Dios es nuestro Padre, dispuesto siempre a recibirnos, con tal de que decidamos, en actitud humilde, regre– sar a la casa paterna. 197

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