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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO la hórrida vastedad del desierto: gentes que nacen, comen y se reproducen, gentes desoladas y áridas frente a la religión, gentes para las que no existe sino lo tangible. Pero en el fondo de su alma hay una sed que devora. Mientras los hombres no se dejen trans– formar por el espíritu y el fuego de Jesús, camino, verdad y vida, podrán consumir más, organizar una sociedad ordenada a la pro– ducción, pero en lo profundo de sí mismos habrá un hambre insa– tisfecha que los mantendrá cada vez más angustiados, porque estarán hambrientos sin saber de qué y sobre todo de quién. El bautismo del creyente lo llama a transformarse en ágil paloma que se eleva sobre este mundo achatado, que camina por senderos que no llevan a parte alguna, más allá de una sociedad que destruye y aliena al hombre. Segundo Domingo del tiempo ordinario (J n 2, 1-12 ) Se celebraba una boda, nos dice el evangelio de este día, en Caná de Galilea, una pequeña aldea situada a siete kilómetros al este de Nazare t. A esta boda asisten como invitados de honor María la madre de Jesús y también Jesús con sus primeros discí– pulos. Ya sabemos cómo al final del banquete el vino comienza a faltar y los jóvenes esposos se llenan de consternación. Pero Jesús, a instancias de su madre, remedia la necesidad convirtiendo el agua en vino. Una escena sabrosa y jugosa, que se presta a múlti– ples lecturas. ¿Qué quiere decir Jesús de si mismo? ¿Cuál es el mensaje fundamental? Jesús quiere dejar bien claro que con él se produce un cambio radical en el rumbo de la historia. Hay que dejar lo viejo, lo caducado, para comenzar a vivir una vida.nueva. Ha llegado el tiempo de lo nuevo, de lo que tiene valor perma– nente para individuos y pueblos. El vino era un elemento esencial en toda comida judía, como afirma un refrán rabino: "Donde no hay vino no hay alegría". Por eso cunde la alarma cuando este 184

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