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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO actuación del discípulo es el amor y la justicia íntimamente entre– lazados. El mensaje evangélico exige repartir los bienes con el necesitado. No dice: da lo que te sobra, los muebles y trastos inúti– les, la ropa que no usas ya, sino: parte en dos tu manto y tu hogaza de pan. Cómo cambiarían las cosas si los países ricos escucharan la voz del Bautista recogida en el Evangelio. Pero eso es imposi– ble porque exige renunciar a muchos lujos y frivolidades, a tanto armamento, a tanto intento de dominio. Nadie como el Precursor puso tan certeramente el dedo en la llaga de la cuestión social. El evangelista Lucas elige dos ejemplos típicos de corrupción en la sociedad de entonces: el abuso del poder civil (los recaudadores de impuestos) y el abuso del poder militar (los soldados) No manda a estos funcionarios que cambien de profesión, sino que cambien el modo de ejercerla. No desprecia estos oficios que con– sidera necesarios para el bien de la sociedad, pero exige que se ejerzan con honradez y honestidad. A los recaudadores o publica– nos les aconseja: exigid lo que está estipulado, lo justo, no esquil– méis a los indefensos. Se condena la avaricia, el fraude y el robo para aumentar ilícitamente los ingresos personales. Igualmente a los soldados mercenarios: no abuséis de la fuerza, de las denun– cias falsas para vuestros propios fines. El evangelio de este día encierra una actualidad escalofriante. En los recaudadores y sol– dados de entonces se simboliza la corrupción de todos los tiempos hasta nuestros días. El poder y el dinero siempre terminan juntán– dose para enriquecer a unos pocos y empobrecer a otros muchos. Por eso se intenta de modo sutil y solapado amordazar la valiente denuncia del evangelio, se intenta además reducir la dimensión religiosa al ámbito de lo privado e inofensivo de las sacristías, encerrar a Cristo en su sepulcro nuevo para que no moleste. Pero el evangelio no puede ser arrinconado en el museo de las utopías obsoletas. Seguirá siendo, contra viento y marea, fermento y luz de la vida de las sociedades, porque Jesús resucitó y en su resu– rrección continúa golpeando en el corazón de los hombres y de los pueblos. 178

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