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REFLEXIONES DOMINICALES SO13RE EL EVANCi-ELIO La respuesta más sencilla y evidente es ésta: a través de la fe de la comunidad creyente, de la Iglesia a la que pertenecemos, a través de los incesantes e ininterrumpidos testimonios de la tradi– ción cristiana. Sin embargo, esta fe hay que asimilarla, probando la solidez y veracidad de las enseñanzas recibidas. ¿Dónde descu– brir la personalidad y los rasgos de quien se presenta ante mi como Salvador? Para conocer a un personaje del pasado acudimos a sus memorias, autobiografías, cartas, diarios, sentencias, diálo– gos etc. Nada se conserva escrito de Jesús, como tampoco de Sócrates ... Todo lo que sabemos de Jesús de Nazaret son unas fugaces notas de historiadores como Tácito, Suetonio, Plinio el Joven. No es de extrañar este silencio, pues en el Imperio no exis– tió interés alguno por "la nueva secta" fundada por un iluminado que se creía Mesías y había sido crucificado . Además, la memoria de su vida y doctrina era peligrosa para la estabilidad social y reli– giosa de la "pax romana". A pesar de todo, estas breves alusiones de los historiadores confirman la existencia histórica de Jesús de Nazaret y el crecimiento vertiginoso de sus seguidores entre los más variados estratos sociales: "El fundador de esta secta, Cristo, fue ejecutado por el Procurador Poncio Pilato, bajo el gobierno del emperador Tiberio (Tácito "Anales", XV, 44). En realidad, las fuentes primitivas, donde se refleja la expe– riencia cristiana de la fe y de la vida, son los escritos del Nuevo Testamento, y principalmente los evangelios llamados canónicos. Conviene, pues, contestar con brevedad, pero también con la sufi– ciente claridad y exactitud, a esta pregunta: ¿Qué son los Evangelios? Hoy designamos con la palabra "evangelio" o "evangelios" a unos libros, únicos y singulares en la literatura universal, que 16

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