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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVANCrELIO de acostarse, en las velitas a S. Antonio y en llevar la medalla al cuello. La tarea del cristiano es profundamente comprometida como el mismo evangelio: se trata de llevar a la vida de individuos y pueblos las exigencias evangélicas de justicia, de libertad, de fraternidad, de salario justo. La práctica de los sacramentos no es ningún seguro de vida, no dispensa de la hermosa fidelidad a las tareas terrenas. Jesús no hace sino acentuar la denuncia expresada por los profetas del Antiguo Testamento: "que fluya el juicio como agua y la justicia como torrente inagotable". No se llega a Dios saltando por encima del mundo. La religión se convierte ver– daderamente en "opio" cuando se la reduce, como los fariseos, a ritos anquilosados, al cumplimiento de normas y prescripciones sin influencia alguna en la vida diaria. Si prohibiéramos al Evangelio ser levadura, fermento y luz en la vida de las socieda– des, lo mataríamos. Hay que estar atentos para no contagiarse de los sepulcros blanqueados. La acción de la viuda en el Templo confirma cuanto estamos diciendo. Jesús comenta: "Con seguri– dad os digo que esta viuda pobrecillla echó más que todos los otros en el cepillo". Muchos ricos echaban gran cantidad. La viuda pobre echó dos monedas equivalentes a un centavo. Una verdadera miseria. Pero una verdadera fortuna, porque "todos han echado de lo que les sobra, mientras que ésta, en su pobreza, da todo cuanto tiene, todo lo que es su sustento". El episodio presenta un profundo contraste con el reproche a la piedad aparente y esté– ril de los escribas y de los ricos que no se sacrifican, porque se desprenden de lo que les sobra. La viuda, en cambio, da todo lo que tiene: echa en el cepillo dos monedas, lo cual indica que pudo quedarse con una. Una persona así se vacía de sí misma para com– partir con los demás hasta el último bocado. La voz de los profetas tiene que inquietarnos: "Misericordia quiero y no sacrificios". 168

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