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REFLEXIONES DOMINICALES SOBRE EL EVAN(i-ELIO con los esfuerzos de las organizaciones mundiales. Pero la triste realidad es ésta: a pesar de tanto progreso el hombre actual vive tan desgraciado, tan radicalmente desvalido como el de hace dos mil años. ¿Por qué? Porque no ha sabido encontrar al Profeta que oriente su vida, que dé sentido a su existencia y a él mismo lo transforme en auténtico hombre. El evangelista describe la escena en un esquema de celebración eucarística; esto, quiere decir que la Eucaristía es el banquete que expresa nuestra fraternidad y solida– ridad, pero para que esto sea verdad es necesario que todos se inte– gren con los demás sin discriminaciones sociales, políticas, reli– giosas, económicas o de cualquier otro tipo. "Examínese, pues, el hombre a sí mismo y luego coma del pan y beba del cáliz"; así escribe S. Pablo a los corintios para indicar que solamente quien está en comunión con los hermanos puede celebrar la eucaristía. Décimo octavo domingo del tiempo ordinario (Jn 6, 24-35) Evangelio fecundo, enigmático y transcendente el que inten– tamos comentar. La clave para comprenderlo está en estas pal– abras: "Afanaos por conseguir no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece, el alimento que da vida eterna". ¿Qué significa esto en nuestro mundo en el que la obsesión suprema, la finalidad última consiste en trabajar para tener más pan, más bien– estar, más comodidades materiales? Jesús no reprocha a los judíos el haber comido pan en abundancia, porque él mismo se lo ha dado generosamente, sino el buscarlo a él, el seguirlo a causa del pan recibido. Jesús no es un economista, ni un financiero o un empresario que reparte el pan con benevolencia. Considerarlo así sería destruir su misión específica y singular. La fe en Cristo no dispensa del trabajo, del estudio, del afán diario, de acudir al médico cuando uno está enfermo. Sin. embargo, surge la pregunta inquietante: ¿Por qué debe trabajar el hombre creyente? Elevan- 148

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