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REFLEXIONES DOMINICALES SOERE EL EVANCrELIO madre". Con Jesús nace el nuevo pueblo de Dios, su nueva familia, y hay un solo camino para participar en ella: la fe en la palabra y la práctica del mensaje. Los seguidores de Jesús no for– man una comunidad racista o nacionalista; no están movidos por intereses políticos, económicos o por las ansias de poder y de dominio; son una comunidad abierta a todos los hombres de buena voluntad, una comunidad que no admite componendas con la injusticia estructural, con el amiguismo o el tráfico de influencias; o así debería ser al menos. Por eso, quizás, se intenta reducirla al silencio. Pero ya es hora de que los cristianos salgan de su amodorramiento y proclamen lo que tantos hombres y mujeres siguen esperando de ellos: la fuerza intacta, valiente y renovadora del evangelio. Undécimo domingo del tiempo ordinario (Me 4, 26-34). Las parábolas con que el evangelio recuerda, actualiza y transmite la predicación de Jesús encierran aspectos vitales y exis– tenciales muy variados e inabarcables. Comentamos hoy dos bre– ves parábolas que forman parte de las llamadas parábolas de creci– miento. Jesús habla de la siembra, del grano que un hombre echa en tierra, y luego se olvida de todo el trabajo que viene después: la poda, la lucha contra la sequía, la preocupación por el mal tiempo... heladas, granizo... ¿Por qué hace esto? Porque tiene una lección concreta que inculcar a los predicadores, a los testigos de la palabra, de ayer y de hoy; la semilla crece, se desarrolla inexo– rablemente, a pesar de las resistencias, de la hostilidad abierta o larvada, de la persecución soterrada o a pleno día. El discípulo de Jesús debe desterrar toda angustia, toda ansiedad, toda tentación de abandono. Más tarde o más temprano aparece el grano lleno en la espiga. Vosotros, nos dice Jesús, sembrad, sembrad con vuestra palabra y con toda vuestra vida, sembrad sin descanso, porque, a 138

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