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COMENTARIOS RADIOFÓNICOS EN COPE-ASTORCrA escalofriante el misterio de la persona de Jesús y también el misterio de la vida cristiana. La muerte de Jesús en cruz no es un fracaso ni un escándalo. Cuando las fuerzas del mal parecen haberlo aniqui– lado, él anuncia la fecundidad del grano que muere y se levanta en espiga dorada y fecunda. Cuando todo parece acabado, el contagio de su resurrección se extiende hacia las inmensidades del espacio y del tiempo. Los que habían compartido los caminos de Jesús, la novedad de su mirada, de sus palabras y de sus gestos, viven y vivi– rán en esa vida victoriosa sobre la muerte: "Y yo, cuando fuere levantado en alto, atraeré a todos a mí". S. Juan insiste en uno de sus pensamientos favoritos: no puede separarse la muerte de la resu– rrección. Es un solo gesto liberador. Para recibir la nueva vida de Dios hay que morir a nuestro egoísmo narcisista y abrirse a los nue– vos horizontes del amor hacia los demás Quien limita su existencia al coto cerrado de su propio yo, sentirá un vacío deprimente y frus– trante. Jesús, como el auténtico grano de trigo, no guardó nada para sí, murió para dar vida. Éste es también el camino de los verdaderos seguidores de Maestro: "El que quiera servirme que me siga y donde esté yo, tambien estará él". El camino del cristiano ya está trazado, el sentido de su existencia está bien definido. Jesús llama a sus discípulos "servidores". Jesús quiere que se dispersen por el mundo como un germen de servicio y de vida. Cada día sus segui– dores deben resucitar la vida en la tierra y esculpir el rostro humano a imagen de Dios en la ruda piedra de lo imposible. Jesús, clavado en la cruz, exige a cada hombre una opción y una respuesta compro– metida con la voluntad del Padre. La cruz traza sobre la tierra una línea divisoria entre la luz y las tinieblas. La cruz le dice al hombre que sólo tiene dos formas de concebir su existencia: amor o ego– ísmo. El egoísmo nos centra sobre nosotros mismos a expensas de los otros, los destruye, destruye el mundo y nos destruye a nosotros mismos. Sólo el amor, encarnado en el servicio individual y colec– tivo a los otros, construye a la persona y a la sociedad. Domingo de Ramos en la Pasión del Seño:r (Me 11, 1-10) El Domingo de Ramos marca el comienzo del dolor supremo de Cristo y perfila en el horizonte, cercano ya, su triunfo 121

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